Monday, August 09, 2021

 

No a la Guerra: La paz avanza de la mano con el socialismo

 Febrero de 2003.


No pudieron ocultarlo. Hubiese sido como intentar tapar el sol con las manos. Millones de personas en todo el mundo le dijeron el sábado 15 NO a la guerra criminal, que impulsan los salvajes gobiernos de Bush y de Blair. 


Recién por la tarde las cadenas de televisión comenzaron, con desgano, a entregar de a pedacitos imágenes de la Verdad. Durante todo el día, las agencias informativas, la televisión argentina, habían estado difundiendo morbosamente más detalles del crimen de los García Belsunce -una familia adinerada-, explorado hasta el hartazgo durante el último mes, o la muerte de Pepe Parada, un integrante del frívolo mundo de la farándula porteña. Mientras tanto, en las calles de centenares de ciudades se derramaban millones de personas, demostrando que hay un mundo mejor al que muestran los siniestros gobiernos y los medios manejados por otros siniestros delincuentes encubiertos. Pero eso no era noticia para las poderosas cadenas argentinas, o los continuadores internacionales de Ted Turner. 

Recién avanzada la noche CNN decidió largar lo que durante todo el día había venido ocultando. Y comenzó a mostrar la marea humana que había anegado el mundo, desde muy temprano esa mañana. Una marea de amor, de paz y libertad. Con la semántica reptílica que impregna sus informes, CNN destilaba un tonillo irónico al señalar, como de pasada, que "en Cuba el acto de oposición a la guerra había sido organizado por el gobierno". Mostrando poco a la multitud, insidiosamente paseaba sus cámaras por sobre los funcionarios, militares, cuadros organizados. Sugería con ello que se había tratado de una acartonada celebración oficial. Sólo al pasar mencionaba que habían "concurrido unas quinientas mil personas" (si la CNN dice eso, es probable que haya habido realmente un millón). 

Omitió decir, por cierto, la significación extraordinaria de ese acto, por ser Cuba el único país del mundo cuyo gobierno se mantiene en la vanguardia de la lucha por los objetivos más altos de la humanidad. 


Pasión, Muerte y Resurrección del Socialismo 


La primera vez que Lenin subió a un improvisado palco para dirigirse a la inmensa multitud que había tomado Rusia, aquello debe de haberle parecido un hermoso sueño. Hasta algunas horas atrás, era un pobre desterrado; su vida con su familia había transcurrido subsistiendo en miserables pensiones europeas, con el riesgo de ser asesinado en cualquier momento por la pervertida policía secreta del imperio. Un hombre para el cual desde el espantoso linchamiento de su querido hermano, presenciado siendo un niño, casi todo había sido sufrimiento, privaciones económicas, zozobra espiritual. Decidido a tomar la antorcha de ese hermano amado, en quien los asesinos habían castigado su militancia socialista, Lenin adoptó la lucha por esa utopía como la razón de su vida. Y fue premiado con el maravilloso triunfo que convirtió a su país en la primera nación socialista del mundo. 

¡Y qué nación! Basta observar el mapa de lo que fue la Unión Soviética (incluso de lo que ES aún Rusia) para imaginar la magnitud que tuvo este hecho histórico para toda la humanidad. 

Eso ocurrió a principios del siglo. 

Una brutal ofensiva del capitalismo salvaje se desató hacia finales de ese mismo siglo en Chile, con el asesinato masivo, con las peores perversidades para imponer el modelo neoliberal, llevado adelante luego a la sombra de Pinochet y su pandilla demoníaca sobre un país convertido en cementerio. La monstruosa estampida, planificada hasta en sus últimos detalles por el imperialismo capitalista, levantó como uno de sus sonsonetes más caros el supuesto "arcaísmo" de las ideas socialistas, "demostrada" según sus ideólogos por "el fracaso de la Unión Soviética".

Que esta es una rústica mentira queda en evidencia sólo con mirar las estadísticas del producto interno del inmenso territorio ruso durante el zarismo junto a las de ese mismo país en los años 50. O comparar la realidad miserable de los millones de andrajosos habitantes de principios de siglo, con la ordenada participación en los miles de obreros en las gigantescas estructuras productivas gestionadas colectivamente en las ciudades y el campo. Gracias al socialismo -aún imperfecto- la Unión Soviética había logrado convertirse en la segunda potencia mundial, muy adelante de Japón, Inglaterra, Canadá o Alemania. Sólo EEUU estaba delante de ella, en los años 50... debido a los incalificables crímenes cometidos sobre Japón con sus bombas infernales y a su manipulación infrahumana de la guerra, permitiendo que Europa cayera en la peor carnicería para convertir a sus países en rehenes de la banca sionista norteamericana.

Decir hoy que el socialismo "ha demostrado su fracaso" porque una burocracia corrupta lo haya malogrado en Rusia, es como sostener que el matrimonio se convirtió en una institución inviable porque algún esquizofrénico haya asesinado a su esposa y sus hijos. 


Nuestros niños vivirán un mundo mejor 


El mundo está saliendo de ese morboso embotamiento impuesto por los criminales genocidios, efectuados en todo el Tercer Mundo y parte de Europa por EE.UU. Demostración de ello son los Foros de Porto Alegre, la creciente resistencia organizada que brota aquí y allá, pese a la impostura terrorista del 11 de septiembre, los gobiernos independientes como el de Venezuela o Brasil, que dan pasos de mayor o menor intensidad pero siempre adelante en un sentido liberador... y la inmensa manifestación mundial del sábado 15 de febrero de 2003. 

Cuba es hoy el país más avanzado del mundo. Su sistema es un faro para la humanidad, como lo fue desde que a mediados del siglo XX tomaran el poder ese puñado de gloriosos idealistas conducidos por Fidel Castro y nuestro querido hermano Ernesto Ché Guevara. 

Las banalidades intentando probar que Cuba es un fracaso, señalando su humildad económica, son tan válidas como decir que Soros es para la humanidad un modelo mejor que San Francisco de Asís. 

La espantosa calamidad que agitan sobre el mundo los salvajes -quienes llevan como mascarón horrendo a George W. Bush- es el resultado de haberse convertido el capitalismo en un cáncer. Como tal debe ser extirpado en un periodo próximo, so pena de convertirse de otro modo en el destructor del planeta. 

Muerto a finales del siglo XIX, este sistema superado por sus propios mecanismos sociales, ha logrado mantenerse en vigencia sólo por el perverso ejercicio del crimen, la estafa, la mentira convertida en razón de estado. Inyectándole elementos artificiales, han convertido al cadáver putrefacto del capitalismo en una horrenda anomalía gobernante, igual que los tom-tom macutes del macumbero haitiano Duvalier.

El socialismo ha resucitado en el inconsciente colectivo de toda la humanidad, hoy. Con Cuba llevando su luminosa bandera a la vanguardia, es la única posibilidad sensata para que nuestra especie siga evolucionando, hacia realidades cada vez superiores y más felices... como lo ha venido haciendo, hasta ahora, desde sus orígenes. 


Julio Carreras


Autonomía, Argentina, 17 de febrero de 2003.


 

La Revolución que viene

 La Revolución que viene


Septiembre de 2008.


1


Según creo, hemos entrado nuevamente en un periodo revolucionario. Tal circunstancia se ha presentado por la confluencia de dos factores antagónicos: 

* El obsceno acaparamiento de los bienes por parte de los ricos.

* La insoportable imposición de la miseria a la mayor parte de los habitantes de esta Tierra.

A ello se suma un tercer factor: el modo de obtener ganancias por parte de quienes gobiernan el sistema se ha convertido en extremadamente depredador de la Naturaleza.


2


Las acciones de los revolucionarios, hoy, son las únicas que podrían salvar a la humanidad de su desaparición. 

Estas consisten en millones de pequeños y grandes actos cotidianos, que van desde participar en una movilización defendiendo la naturaleza hasta editar periódicos u organizar cooperativas de trabajo.

El objetivo estratégico de los revolucionarios consiste en ir construyendo una sociedad alternativa a la que inexorablemente va a caer. Esto se hace primero dentro de nosotros mismos, luego en nuestras familias, para seguir en cada barrio, comuna y ciudad, hasta cubrir el planeta.

   

3


A los revolucionarios no se los distingue por los libros que citan ni el color de su boina, sino por las acciones que concretan. En su momento, Hermes fue revolucionario, Buda, Jesús y el Ché Guevara lo fueron. Los une e identifica el no procurar la revolución para beneficio de una persona, una iglesia o para un partido, sino de todo lo que existe sobre el planeta Tierra. 

Hoy más que nunca debemos comprender que una revolución es integral: no se dirige únicamente a que todos los humanos alcancen elevados niveles de confort. La comodidad, desarrollo, satisfacción de nuestra especie, debe estar en relación directa con el equilibrio del resto de las especies vivientes y toda la naturaleza.


4


Es posible que la mezquindad, ineptitud e irresponsabilidad de quienes gobiernan los imperios en pugna provoquen una catástrofe nuclear.

Debido a ello, una de las tareas esenciales de los revolucionarios es mantenernos listos para sobrevivir. Y construir enseguida una sociedad mejor.

Para esto resulta necesario convertirnos, sin claudicaciones, en seres dignos, sanos y educados para una alta civilización. Con nuestras familias, deberemos comenzar una nueva era: tal es el desafío, para las generaciones que habitamos el mundo hoy.



5


Si no llegamos a una guerra nuclear o una catástrofe ambiental que borre a los depredadores, el camino puede ser algo más lento.

En ese camino el plan consiste en construir formas de solidaridad social que no impliquen estructuras jerárquicas ni partidarias. El modelo conocido de más confiabilidad es la Asamblea.

Acostumbrarnos a decidir por Asamblea, los problemas de la familia, del barrio, de la ciudad y de las naciones, nos ejercitará para un periodo en que las caducas instituciones mal llamadas democráticas deberán ser sustituidas por otras, que verdaderamente impulsen el bien común.


 

La cinta de Moebius

 Somos una cinta de Moebius.

Allí donde yo voy tú vienes.
Si se construyera un puente, digamos
entre Santiago y Moscú
-un puente de luz-
podrían solucionarse, definitivamente
los accidentes de tránsito.

El mar, junto a la morada de Octopus

contiene ya los recuerdos

que tú y yo construimos
con tanto sol del corazón.

La noche dejó atrás, en este tiempo

sus máscaras de muerte
acogiendo en sus cavernas
el color azul de tu voz.

 Paloma de lumbre, sobrevolando el Santuario

piano del alma armonizando las nubes.
Los Evos edifican mansiones
en las montañas plácidas
del Amor.


 

Hijo de los sueños

 Julio Carreras

Jesús Benítez era un hombre normal. Martillero, trabajaba en una oficinita de Rentas durante la semana, desde que cumpliera 22 años. Cada tanto surgía la ejecución de un juicio, un remate. Para él era, también, una operación casi oficinesca. Los juzgados coordinaban sus convocatorias para juntar varios lotes de objetos secuestrados. De ese modo aumentaban los montos que ingresaban a las arcas estatales, en concepto del magro porcentaje que correspondía deducir por uso de local, costas judiciales, papelerío. Etcétera.

Se remataban, pues, heladeras, sillas, camas, motocicletas, sillones, cajas de herramientas, en fin, todo lo que tuviese algún valor de mercado y estuviera en condiciones de interesarle a alguien.

A veces, se remataban casas. Grandes, pequeñas, viviendas populares que sus adjudicatarios no habían podido pagar y volvían al banco, o al Estado, que los vendía a un precio muy inferior al de la hipoteca para cubrir los saldos. O grandes propiedades, que sus dueños habían heredado y no podían mantener, o bien otros habían perdido jugando a la ruleta... millones de casos, que Jesús no se detenía a imaginar. Para él eran simples papeles, que pasaban de una mano a otra, su función era estimular a los concurrentes para levantar los precios hasta donde fuera posible. Después, cobraba su comisión, y listo. Su vida seguía con la mayor normalidad posible. Se había acostumbrado a eso. Lunes a viernes oficina, alguna tarde en medio de las semanas remates, fin de semana cine, cena con su esposa en un lugar distinto cada vez, domingo dormir hasta tarde, regar las plantitas de los balcones, un poco de televisión, radio en la cama al acostarse temprano, pues el lunes debía viajar cerca de una hora para llegar a la oficina, otra vez. Desde las siete de la mañana.

En el verano, quince días de vacaciones junto al mar. En el invierno, quince días a México. Iban conociendo el país azteca pueblo a pueblo, comenzando por el Norte. Dos meses antes planeaban el próximo lugar de visitas y lo marcaban en el mapa.

Con su esposa, Imelda, habían construido un mundo previsible, relativamente modesto, pero lo suficientemente confortable como para sentirse satisfechos. Vivían en un departamento, en un quinto piso, adquirido en cuotas y del que les faltaba pagar aún 15. Pero jamás hubo ni habría sobresaltos por ello: pequeñas, las cuotas representaban apenas un 5 % de lo que Jesús obtenía, entre su salario regular y comisiones. Imelda, por su parte, hacía dulces, que envasaba primorosamente en frascos de diferentes tamaños. Con ello, obtenía también un ingreso relativo, pues se había hecho una clientela extendida al barrio y hasta a lugares distantes de la ciudad, con el paso de los años. Incluso algunos negocios de comestibles le encargaban partidas de 10 o 20 frascos, cada tanto. Pero ella no aceptaba demasiados, pues lo hacía principalmente porque le gustaba y no quería quedar pendiente de ello.

Todo bien. Pero no habían podido tener hijos. Al principio, por previsión. Quisieron adquirir el departamento, antes de “encargar” el bebé. Y amoblarlo. Para ello debieron esperar unos años. Con la misma prolijidad con que Jesús redactaba los informes para sus remates e Imelda confeccionaba a mano las etiquetitas para los frascos de dulce, respetaron los días de prescripción. Y lo lograron. Llegaron a tener el departamento, bien amueblado, con todo lo que se necesitaba para vivir bien: heladera, freezer, lavarropas, cocina, televisor, un pequeño automóvil para transportarse con comodidad, accesorios... Ahora estaban listos para recibir al hijo.

La sorpresa desagradable fue que no podían. Durante dos años estuvieron intentándolo, sin obtener resultado. No había embarazo, a pesar de que, con la mencionada prolijidad de antes en sentido inverso, se ocupaban meticulosamente de calcular cuáles serían los días precisos de máxima ovulación. Nada.

Desalentados luego de esos veinticuatro meses, no quisieron consultar a un médico por temor a descubrir que uno de ellos era impotente. Se querían, se respetaban, hubiese sido humillante para quien le tocara. Prefirieron dejarlo así: resignarse a vivir sin hijos, pero ignorando cuál de los dos era “el culpable”.

Ambos eran personas sensatas, regulares en hábitos y expectativas. Su vida no cambió demasiado por esta restricción. Incluso se volvió –cual modesto consuelo–, posiblemente más cómoda y ordenada. No necesitaban de nadie para estar bien. Ella llegó a saber cada uno de sus pequeños gustos; él no se olvidaba jamás de sus cumpleaños o el aniversario de casamiento.

No tenían amigos. Por una especie de singular designio, sus vidas parecían haber sido dibujadas para una autosuficiente soledad de a dos. Ambos provenían del interior -aunque de provincias diferentes-, eran hijos únicos, sus padres ya no existían. La lejana comarca donde hicieran sus estudios primarios y secundarios, había dejado en ellos sólo maquinales referencias a un tiempo desganado.

Después de los 58 Jesús comenzó a tener sueños. Mejor dicho, siempre los había tenido, sólo que estos eran muy distintos a los vagos remedos, vuelos o sobresaltos que enseguida olvidaba –o a veces ni esforzándose lograba recordar bien, del pasado. Los sueños de ahora consistían en vivencias singularmente nítidas, mucho más emotivas e intensas que la propia existencia de vigilia, dotadas además de un ritmo tan vital, que le costaba creer en la existencia exterior como verdadera, cuando despertaba.

En ellos siempre aparecía un hijo. Se llamaba Rodrigo, como había pensado ponerle él si era varón. Y le decía papá. Los domingos los visitaban, con Imelda, en su pequeña y florida casa de las afueras, para intercambiar ideas o simplemente contarse los asuntos de la semana. Rodrigo estaba casado con Lourdes, una muchacha guapita y feliz. La mujer ideal para él, que era un joven emprendedor. Pues Rodrigo tenía todo lo que él en su vida se había encargado muy bien de reprimir: era audaz, no había querido estudiar porque “nada le gustaba”, y a una edad muy joven, había decidido ser comerciante, largándose por su cuenta con un pequeño negocio de fruta envasada y artesanías en la Costa. Le había ido bien. Por eso había podido comprarse, pronto, aquél bonito chalet. Y tener un hijo, a los 22 años.

Si había algo que le cambiaba la vida a Jesús era la sonrisa de ese niño. Verle extender sus brazos hacia él, y venir corriendo, con sus piernecitas vacilantes, por el medio de la placita florida, cuando bajaban del auto, solía llevarlo al colmo de una ternura extática, jamás sentida antes, los domingos –y luego al recordarlo.

Sólo que era un sueño. Cierta mañana, en que se había quedado en el lecho unos minutos más e Imelda se acercara suavemente para despabilarlo, se encontró con la sorpresa de su cara.

–Estás sonriendo... –dijo ella –¿fue un sueño lindo?

–¡Qué sueño!... ¡Hermoso! -contestó él. –Estábamos en la casa de nuestro hijo...

–¿Nuestro hijo?–, se sorprendió aún más ella.

–Bueno...–aceptó el, un tanto a desgano: –sólo un sueño; un sueño lindo, pero un sueño...

Y durante el desayuno prefirió olvidarlo.


Pero comenzó a existir en vidas paralelas. La común, que había llevado hasta ahora, y la de los sueños. No todas las noches soñaba, pero cuando sucedía... eran tan intensos, que sus recuerdos le alegraban por largo tiempo e iban convirtiéndose –cosa curiosa–, también, en una memoria paralela.

Ahora sabía detalles de cómo había conocido Rodrigo a Lourdes –durante unas vacaciones en Córdoba–, que habían decidido irse a vivir juntos luego de que ella estuviese embarazada, que él había estado en la droga, por un tiempo, pero en gran parte gracias a ella y por amor a su hijo, la había derrotado... Ahora sólo vivía para su trabajo y su familia. ¿El nieto? Se llamaba Jesús Sidharta... Igual que él, pero el segundo nombre porque al conocerse, ambos se habían hecho budistas... ¡Qué chicos estos!, pensaba, sonriendo, mientras desayunaba...

–Otra vez has soñado– oyó entonces a Imelda, que le preguntaba.

–Sí –contestó él. –No te preocupes, vamos...–agregó, al ver una sombra en su cara –Es algo inofensivo... sólo sueños... pero si sirven para estar mejor, ¿qué problema con ellos?

–Es cierto–, contestó ella, al parecer convencida.

Pero una noche soñó que Rodrigo había estado todo el tiempo preocupado, cuando le visitaran, ese domingo, y no le había querido decir la causa. Sólo por la tarde, ya cuando se aprestaban a subir al auto, para regresar, llevándolo un momentito aparte le cuchicheó “me van a rematar la casa”. Él no supo que contestarle, y cuando iba atinar a decir algo, comprendió que estaba despierto.

Anduvo malhumorado todos los días que restaban de esa semana. El viernes, 27 de agosto, le alcanzaron una notificación a su oficina: Martes, 31 de agosto, 10 Hs., Sala de Remates Judiciales. Propiedad ubicada en Barrio... Manzana... Helmann & Domínguez, abogados, contra Rodrigo Benítez, por cobro de pesos...

¡Rodrigo Benitez! ¡Su hijo!... Se paró tan violentamente que todos sus compañeros le miraron: ¡el impasible Jesús!... ¡Nunca, en 35 años de compartir la oficina, le habían conocido esos movimientos!

Decidió averiguar de inmediato mayores precisiones, consultando el expediente. Inusitadamente, también –solía cumplir rigurosamente sus horarios– pidió permiso al Jefe para salir antes.

Cuando llegó a Tribunales, sin embargo, no pudieron proveérselo. La oficina que lo guardaba se había cerrado, ya.

Durante ese fin de semana dejó de soñar en absoluto, pues casi no pudo dormir. Su angustia se multiplicaba porque había decidido no contarle nada de nada a Imelda. Lo tomaría por loco. Decidido a cargar solo con su cruz, pues, esperó estoicamente que llegara el lunes para correr a los Tribunales, con el propósito de constatar si verdaderamente se trataba de su hijo o era otra persona.

Esto último era casi seguro: no tenía hijos. Esa era la realidad. Lo demás, sueño. Más intenso o no, pero sueño al fin. A pesar de ello, le costó tanto fingir displicencia y serenidad durante la tediosa película y la cena del sábado ¡a lo largo del interminable domingo! como si llevase un cilicio con puntas de acero apretado a su cintura, mordiéndole furiosamente a cada instante.

El lunes llegó, por fin, y no fue a trabajar. Imelda se dio cuenta de que algo gigantesco, extraordinariamente anormal, pasaba, cuando él le dijo:

–Telefonea a la oficina, diles que no voy a trabajar, pues estoy algo resfriado.

¡En 35 años no había faltado jamás a la oficina! Aún con resfríos, o algo más fuerte, iba igual. No le explicó nada, sin embargo, y salió apresurado luego de tomar rápidamente el desayuno.

Por suerte la chica que atendía la oficina estaba, no había mucha gente, así que pudo atenderlo rápido y con amabilidad le permitió ver el expediente del juicio, luego de que se identificara.

“Rodrigo Benítez Gondra y Lourdes Sanginés Alcántara”... leyó apenas poco después del encabezamiento... ¡eran ellos! ¡Gondra era el apellido de Imelda y Sanginés el de Lourdes, Alcántara debía de ser el de su madre!... ¡Oh no! ¿Cómo podía ser esto? ¿Y podía Dios ser tan cruel, haber determinado que fuese él, su propio padre, el verdugo, el encargado de rematar los bienes de su hijo?...

“Pero a ver, a ver...”, se dijo para sus adentros: “¡...mi hijo no existe! ¡no tengo hijo!...” Esta constatación detuvo un poco el torbellino de sus pulsaciones, se quedó inmóvil, pensativo, con el carpetón en las piernas, unos instantes, algo tranquilizado, pero con un sudor frío que recién ahora percibió le caía sobre toda la espalda.

Al volver a mirar el expediente, sin embargo, el corazón volvió a golpear rápidamente, y la sangre le puso encendida la cara: “Calle Magdalena Ruiz 721, Barrio Miraflores...” ¡Era la casa de ellos! ¡No podía haber tantas coincidencias! Por alguna razón, que él no entendía, el tenía un hijo, y tenía un nieto, que se llamaba Jesús (Sidharta), a ambos los quería más que a su vida... ¡y no podría rematarles la casa!... ¡Antes prefería morir, sí, se iba a suicidar, pero quitarle la casa a su hijo, no, eso hubiera sido lo último que haría en su vida!...

“A ver, a ver”, se volvió a decir, para tranquilizarse... “¿Cuánto habrá que pagar? ¡Tal vez no sea mucho! Tal vez yo puedo obtener el dinero, llegar a un arreglo... Aunque después de emitida la sentencia, es difícil...”, se rectificó. El único camino que le quedaba era adquirir la casa él, y devolvérsela... pero esto tampoco era fácil...

Generalmente los que adquirían las propiedades, cuando les convenía, eran los propios abogados. Con frecuencia los mismos abogados que decían “defender” al rematado. Las cosas se ponían difíciles para cualquier “extraño” que intentara participar de la puja, en esos casos, pues solía haber “pactos preexistentes” que determinaban una suerte de prioridad para los letrados. Aunque todo era posible, “tal vez hablando con ellos”, se dijo, podríamos arreglar.

Miró otra vez el expediente. Esta vez su cara no se encendió, sino por el contrario, debe de haberse puesto pálido. La base que se imponía era demasiado alta para sus posibilidades. No tenía ese dinero. Aún vendiendo algo no llegaría a la cantidad necesaria. Tampoco tenía amigos, como para pedirlo prestado. Sus ahorros apenas podrían cubrir un 20 % del depósito exigido. Y el remate era mañana.

Demudado, frío, tembloroso, se levantó con las manos extendidas para devolver la carpeta. La jovencita que atendía el mostrador lo miró por encima de sus anteojitos, extrañada:

-¿Le pasa algo, señor? ¿Quiere que le alcance un vaso de agua?

-No, no, está bien -contestó Jesús-, estoy bien, muchas gracias.

Y se fue.


Jesús Benítez jamás volvió a su casa. No se supo desde entonces ningún dato sobre él. Su esposa, pasadas 48 horas, registró la denuncia ante el comando policial. Cinco años después lo dieron por desaparecido, y la Secretaría de Previsión Social le transfirió el salario que por ley le correspondía.

Después de esto, vivió sola.

Una noche, cuando apenas recordaba ya a su marido, lo soñó. Al despertar sintió la extraordinaria sensación de no estar despierta, sino de ser, lo que acababa de abandonar, la verdadera realidad.

En ella, había visto a un hombre de barba -su marido-, más canoso y anciano, a un joven que se le parecía, y más allá, en la playa, una muchacha con pollera de hippie, transparente, que jugaba pelota con un niño. De repente el niño dejó de jugar y pareció descubrir al viejo, que le miraba sentado desde la banqueta junto a una palmera. Fue un solo movimiento cósmico, el verse y correr uno hacia el otro... ¡Abuelito!, gritó el niño y al encontrarse, se unieron en un abrazo. En el sueño, Imelda pudo ver el rostro del anciano. En toda su vida no había tenido ante sí, antes, una expresión más perfecta de la felicidad.


 

Cuatro anécdotas de mis hijitas

Anahí 

(1975)

El día en que nació Anahí me sentía tan contento que fui a casa, me bañé y me puse el traje que sólo había usado para nuestro casamiento. Cuando regresé, la empleada de la recepción en el Hospital de San Francisco (Córdoba), me informó que el horario de visitas era por la tarde. Pese a ello, seguí hasta Neonatología y encarando a una mujer de blanco que venía hacia mí con un registro en las manos, pregunté:

-¿Sabe dónde está la paciente Gloria Gallegos?

La mujer miró el registro y me dijo: en la sala 5, cama 104.

-Entraré a verla...-manifesté.

-¡Por supuesto, pase, doctor!...

Contestó la enfermera. Debido a mi aspecto elegante me había tomado por alguna autoridad, quizá... A causa de ello me permitía ingeresar, aún fuera de los horarios de visita para familiares comunes. Por cierto no le aclaré nada y fui a acompañar a mi esposa y mi hijita en aquella habitación serena. Quedándome allí hasta el atardecer, sin que nadie me molestara.


Rocío

(1984)

Rocío fue la primera hija que tuvimos con mi esposa Gloria luego de salir ambos de la cárcel,  y reencontrarnos. Por cierto, una bendición.

Poco tiempo más tarde, Gloria quedó nuevamente embarazada. A sus 7 u 8 meses, necesitaba descansar bien, pero Rocío se despertaba cada vez que tenía hambre y lanzaba un imperioso alarido exigiendo su mamadera. (Esto más o menos cada tres horas.) Entonces decidimos que me trasladaría a otra habitación, donde tenía mi taller de pintura, llevándome a la vozarrona conmigo. Todo bien: el tema era que Rocío no sólo gritaba por la leche, sino por los gasesitos posteriores o cualquier otra molestia -a veces indiscernible- que la acometía. Una mañana, como a las 6, yacíamos una al lado del otro, con la ventana abierta. Acababa de levantarme y le había dado su mamadera. Pese a ello, la hijita se lanzó a berrear... Simultáneamente, aún antes de levantarme para atenderla, vi un gigantesco gato gris que nos miraba con redondos ojos transparentes desde el alféizar en la ventana... "¡Gato!", exclamé, levantando mi mano para espantarlo. Cuando me incliné sobre la cunita... vi a mi pequeña hija alerta, con los ojitos muy abiertos, expectante... ¡había dejado de llorar!... 

A partir de entonces, cuando comenzaba a chillar sin razón aparente, yo exclamaba "¡Gato!"... y la Rocío, inmediatamente, se callaba.


Guadalupe

(1985)

Guadalupe fue la única persona que en mi vida escuché y vi generar con su boquita aquel sonido tan especialmente original. Cuando yo regresaba del trabajo, al mediodía o al final de la tarde, ella estaba en su sillita alta y desde allí me veía entrar (teníamos un jardín y la puerta del living comedor daba directamente a una veredita que lo atravesaba). Guadalupe estiraba la trompita, aspiraba y soplaba, a la vez que reía, y sacudía la sillita en señal de alegría, produciendo un sonidito semejante al de un instrumento incaico, el Sihku... particularmente rítmico y musical...

Cuando tenía dos años, en el campo, Guadalupe se cayó a una acequia. Lloviznaba ese día, no había nadie fuera. Gracias a los oportunos gritos de Rocío, pudimos salir rápidamente y salvarla. 

Fue uno de los momentos más milagrosos que vivimos y muchas veces lo recordamos hoy, cuando vemos a nuestra hija, ya adulta, tan rica en su personalidad, tan inteligente y tan hermosa.


Alejandra

(1987)

Alejandra era inusualmente inquieta y dotada con una inteligencia penetrante. De las cuatro, fue la que con mayor precocidad aprendió hablar, cuando aún no había llegado al año de edad.

El día en que nació era un jueves, estaba suavemente lluvioso, algo tibio a pesar que era invierno. Se había demorado un poco y por ello, Gloria quedó en la ciudad a esperar el parto mientras yo volvía con las otras chiquitas al campo. Recién nos habíamos acostado a dormir la siesta cuando escuchamos ladrar al Chacho, un ovejero alemán que teníamos. Salí: un longuilíneo empleado de la municipalidad de Fernández, con uniforme y gorra, no se atrevía a avanzar como a unos cincuenta metros. Desde el portón de la finca me comunicó que lo mandaban a avisarme que mi esposa iba a dar a luz en cualquier momento.

Bañé y vestí como pude a las chiquitas, fuimos al almacén de un amigo para cambiar un cheque y enseguida tomamos el colectivo para la ciudad (unos sesenta quilómetros). Cuando llegamos decidí bajar en la Roca y Rivadavia, a unas quince cuadras del sanatorio. Llevando a mis hijas en brazos crucé la ajetreada avenida Roca mientras buscaba con los ojos un taxi. Como no había ninguno, como por reflejo le abrí la puerta trasera de su automóvil a un joven que iba solo y esperaba que le dira luz verde el semáforo. El muchacho -como de veinte años- me miró, algo asustado, por el retrovisor.

-¿Vas hacia el sur? - pregunté.

-Sí, contestó.

-Bueno, por favor llevame hasta la 9 de Julio... debo ver cuanto antes a mi esposa... esta teniendo un bebé... -le dije con calma.

Por suerte el muchacho aceptó generosamente y nos llevó hasta el sanatorio.

Alejandra era una beba gordita y hermosa. Ya estaba en brazos de Gloria cuando llegamos, con mis otras hijitas.

Más tarde, salí con mi tío Agustín en su auto, a comprar algunos medicamentos y otras cositas que mi esposa necesitaba. Al pasar por el kiosco de Rico Díaz, le pedí a mi tío que parase un momento y me bajé a comprar La Voz del Interior. Regresé rápidamente: llovía; ya dentro del espacioso automóvil de mi tío Agustín abrí el diario, saqué el suplemento Cultura y tuve una satisfacción muy grande. En la primera plana habían publicado, con una notable ilustración, un cuento mío. Fue el primero que me iba a publicar ese diario, uno de los más prestigiosos de la Argentina. Dirigido entonces por Alfredo Mathé, director de Cine, un "procer" famoso por su alta exigencia literaria.

Mi hijita Alejandra vino pues con un gran pan espiritual bajo del brazo.



 

Santiago del Estero en el momento de la Conquista

 


(Resumen)

Por Julio Carreras

Pueblos originarios

Antes de la llegada de los invasores europeos, ocurrida hacia mediados de la década de 1530, existían varios pueblos, mayormente pacíficos, que habitaban en la región que hoy ocupan las provincias de Santiago del Estero, Córdoba, Catamarca, Tucumán, Salta y Santiago del Estero.

El grupo étnico más importante era el de los tonocoté, que habitaba en la mesopotamia santiagueña – entre los ríos Dulce y Salado-, hace unos 1000 años. Eran agricultores, aunque combinaban esta práctica con la caza, pesca y recolección. Cultivaban maíz, zapallo y porotos. Vivían en aldeas ubicadas en prominencias artificiales denominadas túmulos, a la orilla de los ríos. Las chozas eran de planta circular o rectangular, con techos a dos aguas. El poblado estaba rodeado de palos a pique como defensa de los ataques de los pueblos invasores. Eran hábiles tejedores, hecho que fue aprovechado por los españoles para hacerlos trabajar en los obrajes de paños, cuando se introdujo el algodón en el Tucumán, sometidos al sistema de encomiendas. Teñían las fibras de vivos colores. Conocían la alfarería y fabricaban diversos utensilios de cerámica como pucos, urnas funerarias, vasijas, jarras, pipas, ocarinas, silbatos, etc., decorados de distintas formas y colores, grabados o pintados. También fabricaban diversos objetos de hueso como agujas, flechas, quenas, etc. En algunas zonas del río Salado se han encontrado opiezas de metal como campanillas, punzones, cuchillos, pectorales, pinzas y otros, que nos hablan del contacto activo de estos pueblos con los de culturas andinas, que conocían la metalurgia.

Los incas consideraban, a los pobladores de la mesopotamia santiagueña, "semisedentarios". Principalmente lules y tonocotés, habitaban las tierras bajas y húmedas. No hay acuerdo entre los historiadores acerca de si efectivamente el imperio incaico del Perú habría colonizado esta región. Una versión sostiene que el gobierno incaico habría establecido una alianza con ellos. Los "protosantiagueños", colaboraban en la defensa de la frontera oriental del imperio, contra los avances de los chiriguanos. Y también en el control de las poblaciones serranas conquistadas en los valles Calchaquíes donde fueron instalados como mitmaqkuna, recibiendo tierras y otros privilegios.

Otra versión historiográfica sostiene que "el contacto llegó mediante la lengua quechua, expandida por las zonas altas e introducida a Santiago por los españoles, a través de los lenguaraces con los que se comunicaban con los pueblos sometidos" (María Mercedes Tenti). Frente a los españoles los llamados "juríes" tuvieron un comportamiento ambivalente, enfrentándolos o negociando con ellos. Pero luego fueron los aliados que les permitieron establecer el primer asentamiento permanente: la ciudad de Santiago del Estero.

Los conquistadores españoles, al comenzar a comprender algo de sus idiomas, dejaron de llamarlos juríes. Para diferencialos entre tonocotés y lules. También relataron que sus vestidos eran diferentes de las ropas andinas de lana usadas por los pueblos de Santiago los varones se vestían con plumas de avestruz y las mujeres con faldas muy pequeñas, fabricadas con paja o lino.

Los lules y tonocotes estaban asentados hacia el norte (más cerca de las actuales ciudades de Salta y Tucumán y de la antigua Esteco). Ellos cultivaban las tierras bajo riego, en bañados o de temporal. Y también practicaban la caza y recolección en los bosques cercanos. Los españoles escribieron que los tonocotes eran más sedentarios y dedicados a las actividades agrícolas que sus tradicionales enemigos, los lules, quienes eran numerosos, guerreros, "insumisos" frente a los europeos y estaban más dedicados a la caza y recolección que a la agricultura.

Antes de la llegada de los españoles, grupos de pueblos huárpidos chaqueños comenzaron a desplazarse hacia el oeste y el sur, empujando y sometiendo a las tribus allí asentadas. Eran los lules, belicosos, nómades, que vivían de la caza, pesca y de la recolección de frutos y raíces silvestres. En su avance se pusieron en contacto con pueblos agricultores y así aprendieron a cultivar, aunque lo hacían temporariamente.

Los sanavirones se ubicaban al sur de los tonocotés, en la zona baja del río Dulce hasta la laguna de Mar Chiquita. Eran sedentarios y agricultores, aunque también cazaban, pescaban y recolectaban. Eran buenos alfareros y en la zona que habitaron se encontraron importantes yacimientos arqueológicos con restos de cerámica y petroglifos. También fueron encontrados gran número de torteros, usados para hilar, que nos hablan del desarrollo de la tejeduría. Enterraban a sus muertos en urnas funerarias. Vivían en casas grandes que albergaban a varias familias y estaban semi enterradas, por falta de madera y para abrigo en el invierno. Se agrupaban en aldeas.

Margarita Gentile, invastigadora del CONICET, señala que en una expedición realizada por el gobernador de Santiago del Estero, Gerónimo Luis de Cabrera, se habían encontrado cerca de 600 pueblos relativamente pequeños en un itinerario desde la ciudad santiagueña hasta lo que hoy es Córdoba. [1] El cronista, autor de los textos titulados “Relación de los pueblos descubiertos por Gerónimo Luis de Cabrera, gobernador de los Juríes”, hacia 1570, destaca el gran tamaño de sus casas. Muchas de ellas construidas con adobe y piedra, en el piedemonte de las serranías. También los singulares vestuarios, tejidos con lana e hilo. Así como sus instrumentos de metal. Especialmente destaca la afirmación de que aquellos indígenas "no se emborrachaban", a diferencia de otros que los españoles conocieran más al norte.

La irrupción europea

A partir de 1535 "al disminuir el ritmo -antes vertiginoso- de la expansión territorial española en América, luego de las conquistas de México y Perú, sobrevino la conquista más difícil de territorios con poblaciones en estadio cazador-recolector asociados a agricultura incipiente, de menor densidad y de estructuras políticas y sociales más débiles. La expansión se precipitó como consecuencia de las guerras civiles del Perú y de la necesidad de desembarazarse de los conquistadores sin empleo, aventureros, soldados y mestizos, sin ocupación, que podían volver a perturbar la paz colonial. De allí la extensión de la conquista a lo largo de la costa del Pacífico, por Chile, y la internación por la región del Tucumán, expandiéndose por el sur en búsqueda del puerto atlántico. Ambas regiones respondían a las necesidades del Perú minero." (María Mercedes Tenti)

En el verano de 1528, una pequeña expedición capitaneada por Francisco César, proveniente del Fuerte de Sancti Spiritu (hoy Entre Ríos) habría ingresado por primera vez este territorio. Este conquistador dijo haber encontrado al "Rey Blanco", un soberano reinante sobre comunidades fabulosamente prósperas. En un territorio donde -siempre según Francisco César-, sobreabundaban el oro y la plata. Más tarde se comprobaría que esto, o bien fue una alucinación de los cuatro exploradores, o bien realmente no existió.

En 1536, Diego de Almagro exploró la región de Santiago del Estero, llevando un numeroso ejército de españoles y aborígenes. Según el historiador José Néstor Achával, "las leyendas en torno de las riquezas extraordinarias" impulsaron al capitan español a emprender esta expedición. La cual se puso en camino el 3 de julio de 1535, con 400 soldados españoles, 20.000 aborígenes peruanos, conducidos por varios caciques, y los sacerdotes mercedarios Fray Antonio de Solís y Fray Antonio de Almanza. Luego de varios meses de vagabundear por todo el hoy Noroeste Argentino, desmoralizados por no hallar más que selvas y tribus belicosas, divididos, dispersos y diezmados, los conquistadores terminaron abandonando sus propósitos. Fueron a salir el lo que es hoy el desierto de Atacama, en Chile. (Achával)

En 1543 el capitán español Diego de Rojas partió desde el Perú con unos cien hombres. Luego debía seguirle Felipe Gutiérrez y más tarde Nicolás de Heredia. Tras continuos enfrentamientos con los aborígenes, logró penetrar en territorio santiagueño por las sierras de Guasayayán. Hasta que, en un enfrentamiento con los tonocotés, ocurrido en Maquijata Rojas fue herido con una flecha envenenada y luego de varios días de padecimientos, murió. La expedición siguió por el país de los diaguitas, recorriendo las actuales provincias de Catamarca, La Rioja y norte de San Juan, hasta entrar en Córdoba y continuar rumbo al Paraná.

Núñez de Prado

A mediados del siglo XVI, el Licenciado La Gasca acababa de poner fin a una guerra civil en el Perú y se veía en la necesidad, como antes Vaca de Castro, de emplear a la soldadesca que se encontraba "desocupada" y promovía insurrecciones. Por ello encomendó a Juan Núñez de Prado que organizara una expedición y fundara una ciudad para proteger el camino a Chile y para que se informase de las probabilidades de ocupación del territorio y facilitara el descubrimiento de la ruta al Río de la Plata.

Núñez de Prado partió de Potosí con doscientos hombres y el 29 de junio de 1550 fundó una ciudad en el valle de Gualán -actual territorio de la provincia de Tucumán- y le puso por nombre Ciudad de El Barco, en honor a La Gasca, que había nacido en El Barco de Ávila, en España. Realizó el trazado del poblado, conformó el Cabildo y distribuyó los indios en encomiendas.

Estando allí instalado se planteó el primer conflicto de jurisdicción con tropas chilenas, que al mando de Francisco de Villagra, obligaron a Núñez a reconocer la dependencia de su ciudad respecto de la gobernación de Chile. Una vez que se retiraron Villagra y sus hombres, Núñez de Prado desconoció su autoridad y decidió trasladar la ciudad. En 1551 la ubicó en el valle de Quiriquiri -actual provincia de Salta- y cambió su nombre por el de El Barco del Nuevo Maestrazgo de Santiago. Poco duró en esta ubicación ya que al año siguiente, por los ataques continuos de los naturales y cumpliendo órdenes de las autoridades del Perú –ante la inseguridad de saber en qué jurisdicción se encontraba- la trasladó en 1552, a orillas del río del Estero -hoy río Dulce-, cerca de la actual Santiago del Estero.

Aguirre

El gobernador de Chile Pedro de Valdivia, por creer que El Barco estaba dentro de sus territorios, designó gobernador de esta ciudad a Francisco de Aguirre -destacado capitán que había luchado en Europa y América- y lo envió a tomar posesión de ella. Su objetivo era unir en una sola gobernación toda la tierra existente entre el Atlántico y el Pacífico, desde La Serena hasta el Río de la Plata.

Aguirre, apenas llegó a territorio santiagueño en mayo de 1553, se apoderó de la ciudad, designó otras autoridades, organizó un nuevo cabildo, distribuyó nuevas encomiendas, apresó a Núñez de Prado que estaba explorando en las cercanías, lo envió prisionero a Chile y decidió trasladar la ciudad a corta distancia de su antigua ubicación, por estar demasiado expuesta a las crecidas del río. Así lo hizo el 25 de julio de 1553 y, finalmente, le puso por nombre Santiago del Estero. Con la fundación de Aguirre comenzó el proceso de asentamiento europeo de forma regular en esta nación.

Primer enclave español

La explotación del territorio se asentaba en el aprovechamiento de la mano de obra indígena. Los pueblos sometidos eran convertidos en tributarios, es decir, que estaban obligados a pagar tributos a la corona, como todo súbdito, prestando trabajo o contribuciones, en especie o en dinero. Los funcionarios reales fijaban los montos y cobraban. La forma más común de recaudación fue mediante la implantación del régimen de encomiendas. Mediante este sistema la corona transfería a un español el derecho a cobrar el tributo que los pueblos indígenas debían pagar a la monarquía.

Como la conquista había sido financiada por los propios conquistadores, a quienes el rey otorgaba el derecho a percibir el tributo que las comunidades indígenas debían pagar a la corona, el otorgamiento de tierras o de encomiendas, aparecía como una forma de compensación. A cambio, el encomendero debía velar por los indios y convertirlos al catolicismo.

A pesar de ello, las obligaciones de los indígenas no terminaban con estas prestaciones directas. También eran sometidos a la mita –prestación tomada de los incas-, por la cual en una cantidad fija de días anuales, las comunidades debían mandar grupos de nativos para realizar determinado tipo de servicios, que podía ser en la agricultura, recolección de miel, algarroba y cera o el hilado de tejido de algodón. Con ello pagaban la tasa al encomendero.

También realizaban la mita de plaza, con la que contribuían en las construcciones y en la limpieza y cuidado de las obras públicas en las ciudades. Cuando se desarrolló la explotación minera en el Alto Perú, extraían nativos de la región para el trabajo en las minas.

Otra forma de "servicio" fue el yanaconazgo. La cual constituçia casi una esclavitud, servidumbre personal perpetua a un español, impuestas a familias indígenas secuestradas de su pueblo. Generalmente eran capturadas en acciones de guerra o en correrías sobre los poblados indígenas.

Estos yanaconas actuaron como mediadores entre la cultura española y los indígenas. "Se piensa que ellos fueron los que introdujeron el quichua en Santiago del Estero" (María Mercedes Tenti). Las extremas crueldades de los encomenderos bajo este sistema de dominación, especialmente con las encomiendas en los obrajes de paño, en donde hilaban, en particular las mujeres, llevó a que se promulgasen ordenanzas protectoras desde España. Aunque la mayoría no fueron acatadas por los conquistadores.

Fundación de las otras ciudades argentinas

Una vez fundada Santiago del Estero, desde Chile se continuó impulsando la población del Tucumán y desde la nueva ciudad partieron numerosas expediciones fundadoras. Así se fundaron San Miguel de Tucumán, Nuestra Señora de Talavera de Esteco –que luego fue abandonada- y Córdoba. Los problemas de jurisdicción entre Chile y Perú por la posesión del Tucumán concluyeron cuando el rey Felipe II, por Real Cédula de 1563 creó la Gobernación del Tucumán, dependiente en lo político del Virreinato del Perú y en lo judicial de la Audiencia de Charcas. A partir de entonces se desarrolló una política fundacional con objetivos precisos que eran: consolidar los asentamientos en el noroeste para una mejor unión con el Perú, por Charcas, y buscar una salida hacia el océano Atlántico que permitiera una comunicación más directa con España; así se fundaron Salta, Todos los Santos de la Nueva Rioja, San Salvador de Jujuy y San Ferrando del Valle de Catamarca. Si bien hablamos de ciudades, en todos los casos se trataba de humildes villorios compuestos de casas precarias, rodeadas de palo a pique para frenar el ataque de los nativos, habitadas hacia el siglo XVI por no más de 250 vecinos españoles, que participaban, a su vez de las expediciones exploradoras y fundadoras y que eran encomenderos de varias decenas de miles de tributarios indígenas.

Debido a este proceso fundacional que dio origen al Estado del cual luego se iba a originar la actual República Argentina, se considera a Santiago del Estero Madre de Ciudades. Título nobiliario otorgado en 1577 por el rey Felipe II. Así Santiago del Estero, no sólo es la ciudad más antigua del país, sino también la fundadora inicial y simbólica de lo que hoy constituye toda la nación argentina.


[1] “por las quales se camino mas de otras . cinquenta leguas en longitud y en ellas se hallaron por visita que se hizo muchos de vista y otros por ynformaçion mas de seisçientos pueblos . de yndios . que en aquella serrania y balles que en medio deella ay ./ estan poblados en los quales hecha collaron aber casi treinta mill yndios” 

Fuentes: Historia de Santiago del Estero, José Néstor Achával. Los orígenes de Santiago del Estero. María Mercedes Tenti. La gobernación de Tucumán c. 1570. Comentarios a la "Relación de los pueblos descubiertos por Gerónimo Luis de Cabrera, gobernador de los Juríes". Margarita E. Gentile Lafaille



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